La llegada de Noa

jueves, 12 de marzo de 2009

Conocer a Noa no ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Tampoco ha sido lo más raro ni lo más terrible, pero de alguna forma, ha sido el tipo de experiencia que te deja marcado de por vida. Sé que suena estúpido, no debería ni pensar en ello, y aún así cada vez que me acuerdo, me sale una media sonrisa que no puedo ocultar. Claro, la gente no sabe de qué me estoy riendo, y yo me acuerdo de la Gioconda. Supongo que ella también conoció a Noa, o al menos, ya que eso es imposible, a alguien que se le pareciera.

A veces hacemos cosas inexplicables; inexplicables porque sabemos que antes de que el segundero dé el siguiente paso, nos arrepentiremos de lo que hemos hecho. Incluso cerramos los ojos esperando recibir de un momento a otro la bofetada del destino, el resultado de nuestra “feliz idea". Y a veces, sólo a veces, cuando ocurre una rara conjunción interplanetaria en la que también intervienen el osito Misha y hasta muy probablemente Dios, la cosa sale bien, y nos salimos con la nuestra. Claro, que también se salen los ojos de las órbitas y el corazón por la boca, mientras se trata de asimilar qué ha pasado y porqué se sigue con vida. Luego viene el orgullo, el “y si…” y el sentirse imparable, pero todo eso es secundario. Es el momento anterior a todo ello y posterior a los hechos, cuando somos conscientes del sentido de la vida. Sin embargo, es tan breve, y a las personas nos gusta tanto regodearnos de lo que sale bien, que enseguida lo olvidamos. Por eso aún no lo hemos descubierto.

Ella me dijo que era actriz. No sabía si creerla o no; al fin y al cabo, era una muñeca articulada de resina, bien podía ser cierto que hubiera trabajado en alguna película con efectos especiales de los baratos, donde los monstruos son de látex y poliespán y se necesitan marionetas para cuando atacan a la gente. Noa no tenía pinta de actriz, más bien intentaba parecer una estrella del rock joven y despreocupada, con su falda escocesa roja, su camiseta negra a juego con las “discretas” botas de cientos de hebillas, las medias de rejilla mal cosidas y un collar de cuero y cadenas del que pendía una calavera de tibias cruzadas. Era el estereotipo perfecto, podía ser cantante, guitarrista, batería e incluso grupie. Sólo le faltaba el cigarro colgando del labio. A pesar de toda esta fachada, como dos faros en una carretera nocturna en medio del desierto, sus ojos violetas brillan a través del negro cabello que le cae sobre la cara, de manera que uno siente una punzada en lo más profundo de su ser cuando te mira directamente. Claro, que luego sonríe de la forma más dulce que existe, y sientes que todo está bien. Al menos de momento.

Puede que fuera aquello lo que me hizo actuar de forma inexplicable cuando la encontré tirada en medio de la calle, temblando como una hoja, rodeada por tres tipos tamaño familiar que alargaban sus manos hacia ella. Uno ya le había levantado la falda, supongo que curioso por saber si la resina también era correcta anatómicamente, y Noa lo único que hizo fue sollozar. Algo me hizo clic en la cabeza. Cuando fui consciente de mí misma, ya me había plantado en medio de los tres gigantes, tenía a Noa agarrada fuertemente entre los brazos y me salían chispas por los ojos. No recuerdo si también espuma por la boca.
- ¡Ya basta!! ¿No os da vergüenza jugar con muñecas?- les grité mirando sus expresiones de no comprender muy bien lo que había ocurrido, al igual que yo. La diferencia era que yo sabía que había firmado mi sentencia de muerte, mientras que ellos se iban a encargar de dejarme lista para el entierro.
- ¡Esa muñeca es nuestra!- el más avispado me acusó con el dedo, como si aquello me pudiera asustar más de lo que ya estaba. Pobre iluso: ya había alcanzado mi límite.
- Pues ahora es mía- les dije con una voz que no me reconocía , y si no os largáis voy a llamar a la poli y decirles que me la queréis robar.
Se miraron entre ellos, conscientes de que la policía daría por hecho de que la muñeca era de una chica, y que probablemente tres gorilas con cara de querer matarla no iban a ser las víctimas del robo.
Mi corazón latía frenéticamente, a punto de estallarme en el pecho, mientras esperaba la primera “muestra de afecto” de aquellos a los que les había quitado una muñeca por toda la cara. Les lanzaba miradas desafiantes, sabiendo que lo único que me jugaba era una temporada en el hospital, mientras trataba de aguantar el sudor que amenazaba con encharcarme la cara.
- Quédate tu puta muñeca, zorra de mierda.
Y mi lengua fue más larga que mi sentido común.
- ¡Vete a tomar por culo, media nena!- con dedo incluido.
Tras una última mirada de odio y probablemente varios pensamientos de “ya te pillaremos”, los tres se fueron sin montar más escándalo, perdonándome la vida para mi sorpresa. Me quedé en el sitio hasta que me aseguré de que se habían marchado, y entonces corrí como nunca lo había hecho en mi vida. Un rato sólo, hasta que se me salieron los pulmones y me recordé por enésima vez que tenía que dejar de fumar, pero me sentí segura y a salvo.
De pronto, un extraño peso por algo que sostenía entre mis manos me devolvió a la realidad. Bajé la mirada y me encontré con unos ojos violetas que me suplicaban lastimosamente.
Deposité a la muñeca en el suelo con cuidado, asegurándome de que se quedaba de pie.
- ¿Estás bien?
Ella miró a ambos lados, como si calculara la dirección en la que podía echar a correr para escapar. Desde luego, no iba a detenerla: después del mal trago que había pasado, hasta yo pondría al menos diez kilómetros entre cualquier otra persona y yo. Pero en vez de eso me miró con una tímida sonrisa y se pasó la mano por el pelo revuelto.
- Si… muchas gracias.
- No hay de qué- le dije un poco más calmada- pero vete pronto a casa, no vaya a ser que vuelvan.
Noa apartó la cara, incapaz de sostenerme la mirada.
- Si, bueno, ¡je, je!!- se mordió el labio inferior, como si tratara de reprimir un gesto de tristeza- Eso sería fácil si tuviera casa.
No me atreví a decir nada. Pocas cosas me parecían tan tristes como un juguete abandonado, y no me entraba en la cabeza cómo una muñeca como ella podía estar sin hogar.
- Bueno, gracias otra vez por salvarme.
Se dio la vuelta y echó a andar, cabizbaja y melancólica.
- ¡Espera! ¿No tienes casa? ¿Y qué vas a hacer entonces?
- ¡Oh, me esconderé por ahí!- dijo sonriendo despreocupadamente, meneando la mano como si los problemas fueran simples moscas a las que espantar- No te preocupes, siempre lo hago.
- Ven conmigo.
- ¿Eh?
Estaba claro que no se esperaba aquella respuesta, se quedó petrificada mientras digería mis palabras.
- Puedes quedarte en mi casa si quieres.
Y otro acto inexplicable. ¿En serio iba a meter a una muñeca desconocida en mi casa? ¿Con esas pintas de putilla barata? Algo tenía que estar pasándome para que ofreciera mi intimidad a la primera persona de resina que veía por la calle. Es cierto que por ella liberé a la heroína que siempre deseé llevar dentro (aunque resultó mucho menos glamoroso de lo que creía), y que había cometido un par de locuras, como llamar media nena a un tipo que me podría saltar todos los empastes de un solo guantazo. Y aún así no era capaz de dejarla tirada…
- ¿De verdad puedo quedarme?
La miré de arriba abajo. No tardé mucho porque sólo medía 57 centímetros, pero algo veía en ella grande, muy grande, y bueno.
- Pues claro.
-¡GRACIAS!!!
Aquel chillido me dejó el tímpano resentido un buen rato, a la vez que notaba cómo la pierna a la que se había abrazado se iba quedando sin circulación por momentos, por lo que traté de sacudírmela sin éxito. Sólo cuando comencé a caminar en dirección a mi casa resignada de llevar una muñeca pegada al pie, se soltó para seguirme el ritmo mientras no paraba de cotorrear alegremente.
- No te causaré problemas, soy muy ordenada y puedo ayudarte con muchas cosas, como soy bajita enseguida encuentro las cosas pequeñas que se pierden, y claro, ocupo muy poco espacio, además, me iré pronto porque tampoco quiero ser una molestia…
- No seas tonta. Puedes quedarte el tiempo que quieras.
Noa apenas podía respirar de la emoción.
- ¡¿El tiempo que quiera??!
- Ya hemos llegado.
La muñeca se quedó en el umbral de la puerta, mirando con atención todo lo que contenía la estancia: los cuadros colgados, los sillones y las estanterías, la mesa y las sillas… nada escapaba a su mirada despierta y llena de ilusión que le delataba.
- Bienvenida.
Le acompañé hasta el sofá y le ayudé a subir para que se pusiera cómoda, pero ella parecía no querer perder detalle de lo que le rodeaba.
- Esta noche tendrás que dormir en el sofá, no tengo nada preparado. Lo siento- me disculpé.
- ¡Es perfecto! Normalmente duermo en una caja.
- Ah… bueno, ¿y cómo te llamas?
- Noa.
Esperé. La sonrisa seguía en su boca, pero no salieron más palabras.
- ¿Sólo Noa?
- Si. Es mi nombre artístico.
- ¡Ah, eres artista!
- Soy actriz.
Si hubiera sabido alzar una ceja, le hubiera mirado de manera bastante escéptica. Dudaba mucho que una muñeca de medio metro pudiera actuar de otra cosa que no fuera de marioneta o de novia de Chucky, pero me tragué mis reticencias y traté de que se sintiera lo más cómoda posible en su nuevo hogar.
- ¿Actriz? ¡Qué interesante!
- ¡Si! ¿Quieres que haga de Betty Page?- como un mago con un sombrero, en menos de un segundo sacó de su mochila una peluca negra de flequillo recto, lo que le cambió el rostro por completo, dejándome anonadada.
- Er… ¿y esa quién es?
Tratando de aguantar la sonrisa y la dignidad (y probablemente la risa por mi ignorancia), se quitó la peluca y la devolvió a la mochila con cuidado para que no se estropeara.
- Bueno, olvídalo.
- ¿Puedo preguntarte algo? ¿Qué hacías ahí tirada en medio de la calle? ¿De dónde vienes?
Por cómo le cambió la cara, supe que en realidad no podía preguntarle eso. Su rostro se ensombreció, los ojos se le llenaron de tristeza y hubiera jurado que hasta de lágrimas, pero tan pronto como se descompuso, se volvió a componer, mostrándome una sonrisa que pretendía quitarme las preocupaciones, y que en realidad sólo se veía cansada y triste.
- Verás… tengo mucho sueño, hoy me han pasado muchas cosas. Si no te importa, voy a dormirme ya.
- Claro- dije sintiéndome culpable por haber hurgado en la herida- será mejor que lo dejemos por hoy. Buenas noches, Noa.
- ¡Buenas noches! Me acerqué a la puerta y justo cuando iba a apagar la luz para marcharme a acostar yo también, me llamó.
- ¡Oye, una última cosa!
- ¿Si?
Y acurrucada como un gato al lado de una chimenea, tras mirarme con aquellos ojos morados que brillaban tanto, los cerró y se acomodó.
- Gracias.

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