Sabía dónde estaba el niño. Podía olerlo. Podía oler hasta el color de su cabello. El tigre dientes de sable se agazapó, con todos los músculos en tensión para saltar sobre su presa de un momento a otro. Estaba detrás de la roca que se alzaba ante él. Tenía los pelos del lomo erizados debido a la tensión, las garras amenazaban con salir de un momento a otro, y el instinto le nubló completamente la razón.
Rugiendo con toda la ferocidad que le daban sus pulmones, el tigre saltó sobre la roca, alzándose majestuoso sobre aquel insignificante humano. Abrió la boca mostrando sus letales cuchillos, 30cm de reluciente marfil, cuando un repentino dolor que comenzó con un “bonk” en su cabeza, le recorrió todo el cuerpo a través de la espina dorsal. Incapaz de enfocar, tropezó con sus propias patas y cayó desde lo alto de la roca en la que estaba, al lado del niño al que había estado a punto de cazar.
- ¿Estar bien?
El niño alzó la vista. Frente a él se alzaba una mujer de pelo azul vestida con piel de leopardo, que apoyaba sobre su hombro un garrote, mientras movía un pie nerviosamente arriba y abajo.
- Tigre ya no ser problema, yo cazar. Tú volver a casa- dijo la mujer.
- Haber matado a mi perro- le respondió el pequeño. Su pelo era blanco, su piel era blanca, sus ojos rojos y vestía una piel de tigre. Y cara de enfado.
La mujer bajó el garrote, preocupada.
- ¿Tu perro? ¡Yo no saber! ¡Él atacarte!
- Nosotros estar jugando al escondite- dijo el niño, aún enfadado.
- Graaar- gruñó el maltrecho tigre, agitando la cabeza tratando de recuperar el sentido mientras los ojos le giraban en direcciones opuestas.
La mujer tiró el garrote con muy poco disimulo a sus espaldas y se agachó para cogerle la cabeza al tigre, inspeccionándolo.
- Estar bien, no ser nada, culito de rana. Tener un perro muy bonito. Ser tigre azul. -se rascó la cabeza llena de habitantes, intentando entender algo para lo que su cerebro no daba- Niño blanco tener tigre azul como perro. Tú ser muy raro.
- Tú tener pelo azul, ser más rara- le respondió cruzándose de brazos.
- Pero lo mío ser tinte, exprimir muchos camaleones para conseguir look. Nadie más llevar.
- No extrañar.
La mujer le dio unas palmaditas en la cabeza al tigre que luchaba por mantenerse de pie. Él le gruño: además de que no le gustaba que le sacudieran y que luego disimularan, ella olía especial. Especialmente mal.
- Bueno, tener que volver a cueva. ¿Querer venir? Tener comida.
Ya iba a decir que no cuando al niño le sonaron tanto las tripas que su tigre se escondió detrás de la mujer que le había pegado. Prefería los golpes de garrote a que le recordaran que simplemente era un bocadillo con patas.
- Valer, yo querer comer algo ligerito. Medio mamut servir.
- Ayer comer mamut, hoy tocar bichosaurio con roquefort.
El niño blanco le dio una patada a la piedra que más cerca tenía, contrariado.
- Bueno, si no haber otra cosa…
El sol se ponía en el horizonte mientras una mujer, un niño y un tigre caminaban en dirección a alguna parte. No quedó claro qué pasó antes ni después de aquel encuentro, pero la capacidad craneal de los restos humanos hallados en la zona nos indican que no fue mucho más interesante.
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